jueves, 12 de enero de 2017

#foratemer

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Camino el segundo piso del Palacio de Capanema en silencio. Voy y vengo fingiendo buscar algo. La verdad, lo hago porque me gusta recorrer el lugar, observar, escuchar, tratar de entender. Nunca me aburro, nunca termino de naturalizar. Miro el piso alfombrado. ¿Cómo hacemos para mantenerlo tan limpio? El flujo de personas es permanente desde hace seis días. El piso, gris desde un principio, parece inmutable. Cómplice.
Es sábado. Son las diez de la mañana. Nunca amaneció tan tarde la ocupación de la sede del Ministerio de Cultura (MinC) en Río de Janeiro, Brasil. Miro a los que duermen. Hace cinco horas estaban despiertos conmigo. Lo entiendo, duerman chicos.  La jornada de ayer fue la más intensa. La segunda más intensa, nada se compara al día que nos instalamos acá. La programación de shows en la explanada de Capanema comenzó temprano, terminó tarde y convocó a unas veinte mil personas. La agenda tuvo su pico máximo a eso de las 20, con Caetano Veloso cantando por y para nosotros, y se extendió hasta eso de las dos y media, tres. Los ocupantes fuimos y vinimos toda la noche, trabalhando. Nos encontramos cuando terminó la actividad. Todos, abajo, a limpiar. Escobas, bolsas, manos atentas a los vidrios. Habremos sido unas cincuenta personas ocupadas en dejar la entrada al Palacio como corresponde: reluciente.
Me asomo por la ventana para ver cómo quedó. Fue un éxito. Ya son cerca de las once, los murmullos y los ronquidos conviven. Pienso en el olor a cerveza y cigarrillo que había en ese piso que limpiamos, pienso que estábamos todos vestidos igual que ahora, pienso que acá no huele mal. ¿Cómo hacemos para mantener esto? Las paredes, los pisos, los muebles, los vidrios, toda la infraestructura parece inmutable. Cómplice.
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Llegué a Río de Janeiro el martes diez de mayo, el penúltimo día de democracia en Brasil. Mi viaje fue para hacer una vivencia con el colectivo Midia Ninja: vivir y trabajar en coberturas con ellos. Son brasileros y están enfocados, principalmente, en la comunicación audiovisual. Yo soy argentina, jamás hablé portugués y escribo. Me metí en un problema por tres semanas. No me arrepiento.  Tengo una sensación como motor: me está cambiando la vida. Tengo miedo del primer momento que esté sola en mi casa, de vuelta. La experiencia es intensa. Agotadora. Y a veces, angustiante.
La ocupación surgió cuando aún me estaba adaptando a convivir con estas sensaciones. Nos informaron de lo que acontecía en una asamblea y entendí la mitad. Me alcanzó con escuchar dos cosas: ocupaçao y tempo indefinido. El resto lo fui averiguando con los días. Tropezón y caída con la experiencia. Todo lo voy entendiendo sobre la marcha.
Es sábado y terminó de caerme la ficha. Mi plan del día es volver a la casa, en Río, a buscar todas mis pertenencias. Entendí. Estamos ocupando el segundo piso del Palacio de Capanema, Río de Janeiro, donde funciona la sede del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación. En Brasil se consumó  un golpe de estado legislativo, institucional y mediático, y nosotros nos quedamos acá hasta que Michel Temer se vaya. No negociamos con él porque no lo reconocemos. Mi pasaje de vuelta es para el 30 de mayo. Entendí. Mi plan del día: ir a buscar todas mis pertenencias. No nos vamos nada.
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Tengo miedo de pecar de ingenua con mi relato.
Tengo miedo de pegar de soberbia con mi pregunta.
Pienso que todas las sensaciones están permitidas.
¿Cuántas veces en tu vida ocupaste un edificio público por tiempo indefinido, por la democracia, contra un golpe de Estado?
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Camino por el Palacio de Capanema al menos una vez por día con un objetivo: leer las paredes y las ventanas. Todos los días cambian. ¿Ya dije que convivo con docentes, profesionales, periodistas, militantes y artistas? Ok. Hay artistas en la ocupación. Muchos. Creí que no iba a poder tolerarlo, pero es una maravilla.  Las paredes de nuestro segundo piso, de la entrada al Palacio y del mezanino – que es como un entrepiso, no tiene una traducción directa – son el museo de nuestros días.
Me gusta mirar Capanema desde afuera. Lo primero que salta a la vista son las grandes banderas amarillas que colgamos apenas llegamos, hace ya una semana: “Fora Temer”, “MinC é nosso”, “Golpe”. Se vislumbra una de la CUT – Central Única dos Trabalhadores -, una de “Audiovisual pela democracia” y “Dança pela democracia”. Se llega a leer otra, entrecerrando los ojos, apretando la vista: “Fascistas nao pasaran”. Me gusta encontrar ese cartel porque está acá, al toque de nuestras computadoras. Hay decenas de papeles, cartulinas, afiches, imágenes, pegadas en los vidrios, mirando a la calle; pegadas en las columnas del playón de entrada al Palacio; pegadas en algunas puertas, paredes y vidrios internos, señalizando normas de convivencia, recordando pautas a seguir.  Mi preferido es el que tiene la letra de una de las dos canciones que nacieron en la ocupación. La escribió la artista local Doralice. “a gente ocupou o MinC / pq a gente e´da cultura / as mulheres liderando / essa nova estructura / Nao falo do matriarcal / porque somos democracia /aqui só tem grelo duro / e machista nao se cria”
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Lloro dos veces por día desde que vivo en Capanema. Es un promedio. A veces no pasa. A veces todo es demasiado: el idioma, la distancia, el agotamiento de y por las sensaciones, la soledad inevitable pero principalmente la convicción de esta lucha. Estar.
Unas veces me siento como un acantilado (escribió Benedetti). Otras veces me siento frente al abismo. ¿Cómo se hace para estar a la altura de las circunstancias, de la historia, de un país?
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Soy Laura y tengo 26 años. Levanto la mirada. Lucas, 28 años. Raquel, 20 años. El chico de rastas, 28.  Los que no están al alcance de la vista, dentro de la misma franja etaria. Los jóvenes de veintitantos somos los más en la ocupación. Todos compartimos una historia política general. No conocemos a la derecha en el poder. Los últimos trece años de nuestras vidas los vivimos con gobiernos progresistas. Luchamos y nos movilizamos. Tuvimos experiencias más o menos intensas, pero nada comparado con esto. Somos protagonistas, al fin. Nunca nos había tocado defender y proteger la democracia, ni organizar la resistencia. Nunca desde la incomodidad. Hoy estamos acá. Hace una semana que estamos acá. No pensamos en irnos. Tenemos miles de razones. Tenemos convicciones. Somos los protagonistas del Siglo XXI y no vamos a retroceder en nuestras conquistas. Estamos seguros: estamos a la altura de la circunstancias. Tenemos nuestras computadoras enchufadas, los celulares conectados, contamos gigabytes y madrugamos aprendiendo a hacer lo que hasta hoy no sabíamos: editar, organizar equipos, re-acomodar las casi diez zapatillas que nos mantienen en pie de guerra. Tenemos nuestra propia poesía / arma cargada de futuro: #foratemer #mincémosso #culturapelademocracia #ocupacapanema #ocupaminc #ocupacultura.
No temblamos al disparar.
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Tuve la oportunidad de escuchar, más de una vez en los últimos diez días, los mismos versos, recitados por distintas personas, en distintos contextos. Cuando los escucho levanto los brazos. Me sale por inercia. La misma fuerza lleva mis manos derecho a mí cara y una punzada al medio del estómago. Recito a la par, escuchando adentro mío la versión de Daniel Viglietti  y recordando cómo soñaba con vivir sus canciones. “Eu vivo num tempo de guerra”, dice una señora frente a nuestras cámaras, cuando le preguntamos por qué marcha contra el Impeachmnent. “Eu vivo num tempo de guerra / eu vivo num tempo sem sol”, dice un señor que arrebata un micrófono en un acto de Capanema.
Es la banda de sonido de mi viaje.
Sólo quien no sabe las cosas es un hombre capaz de reír / Ay, triste tiempo presente / en que hablar de amor y de flor / es olvidar a tanta gente que está sufriendo dolor”.
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La primera oración de mi cuaderno de viaje:
Salgo a Río con dos ideas en la cabeza: “Lo personal es político”. “Lo colectivo es mi bálsamo”

viernes, 8 de mayo de 2015

Cuando sea grande quiero ser Irupé



Nota publicada en el diario El Ciudadano, 
acá con aclaraciones y retoques menos periodísticos, más permisivos 
Nota abierta a nuevas historias. 

jueves, 2 de abril de 2015

Frutos Modernos

Crónica finalista del premio internacional Nuevas Plumas,
año 2014 

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12 de septiembre de 2014, 20.23 hs.

Génesis, Karen y Alexis deberían haber llegado a la Catedral Nuestra Señora de Aranzazu, de Victoria, provincia de Entre Ríos, hace 23 minutos. El padre Raúl Benedetti espera impaciente mientras lee la Biblia frente a los fieles. “Porque no hay árbol bueno que produzca fruto malo, ni a la inversa, árbol malo que produzca fruto bueno”. Las cabezas giran y se vuelven decepcionadas cada vez que alguien da un paso dentro de la Iglesia. El cura levanta la mirada y luego la baja para seguir recitando con un leve fastidio.
La Catedral es lúgubre y cálida. Predominan los marrones y dorados, el murmullo y la vecindad. La luz del exterior pasa apenas, cortada por los vitraux que datan de fines del siglo XIX. Es viernes. Unas cincuenta personas se acercaron a escuchar la misa y a presenciar el bautismo de Génesis Angelina, la niña más famosa de la ciudad.
No será esta la primera vez que Génesis desafíe al catolicismo. El 15 de noviembre de 2013 entró a la misma Iglesia. Todavía estaba en la panza y el mismo cura que hoy la librará de pecado bendijo el embarazo. La sacralización fue un pedido de su mamá, Karen: necesitaba que todo salga bien, que no haya represalias, que la gestación termine con buena salud. Su papá, Alexis, accedió a pesar de su pertenencia al cristianismo y su alejamiento de la religión. Dice que lo hizo por Karen y por su hija, que la aceptación de la Iglesia es la de la sociedad. Aquel noviembre desprendió su camisa, dejó entrever su panza de hombre, sus pechos prominentes de padre embarazado y se expuso al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que lo observaban desde el altar. La consagración en la Iglesia Católica fue la primera palabra de un mantra de lucha que Alexis y Karen repiten todos los días: siempre te voy a cuidar, no voy a dejar que nada te pase, querida hija.

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Karen Bruselario (28 años) recuerda el día que nació Génesis desde el living de su casa, con ella jugando con su profundo escote. Karen esperó a su hija desde la puerta del quirófano. El primer llanto le cambió la vida. Sintió que el mundo se le caía encima. Y pensó que ya está, nació, es suya. Es mamá.
Génesis Angelina Taborda Bruselario nació el 18 de diciembre de 2013. Pesó 4, 250 kilos. Sus padres no la esperaban. Ese día, Alexis comió facturas, sándwiches y se fue a hacer un control. Quedó internado y salió de ahí con su hija en brazos. A pocas horas del nacimiento, Alexis y Karen se enteraron que el papá iba a ser anotado como mamá en el certificado de nacimiento. La madre legítima salió a buscar un abogado que objete al Registro Civil. La familia se respaldó en la ley y exigió que se respete la identidad y el género que Alexis eligió.
La Ley de Identidad de Género y Salud Integral (N° 26.743) fue sancionada el 9 mayo de 2011 y permite la libre elección de género de cualquier persona. Desde ese momento se contabilizaron unas seis mil personas transexuales en Argentina. El 85 por ciento son mujeres, el 15, hombres. La ley es única en el mundo y permitió que Alexis sea un varón y Karen una mujer amparados por la Constitución y a pesar de sus genitales; que puedan casarse; que Alexis sea el primer hombre embarazado de una mujer.
La vida de los dos cambió después del parto. La llegada de un hijo revoluciona cualquier familia. Esta beba había llegado a una que no tiene antecedentes. “Dejé de salir a la calle. Había caído en una depresión, todo me hacía mal. No la quería ver a Génesis. Mi cuerpo había cambiado, había perdido un esfuerzo de años y ni siquiera podía reconocer a mi hija. Era muy egoísta. Después de tres meses pude empezar a disfrutarla”, recuerda Alexis. Se queda en silencio buscando plata para ir a comprar leche. No se va sin antes agregar: “Valió la pena. Lo volvería a hacer”.
Ni Alexis ni Karen habían imaginado ser padres. El solo hecho de pensarlo, para Alexis, era similar a morirse. Su mente de varón no estaba preparada como su cuerpo que menstruaba cada 28 días. La situación de Karen fue distinta, más sencilla. Soñó con el casamiento y la casa propia. Pero jamás con este tipo de maternidad. “Cero hijos porque cero vagina, ¿entendés?”, explica recorriendo su cuerpo voluptuoso.

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12 de septiembre de 2014, 19 hrs.

Cae el sol en Victoria. Los pájaros que viven en la Plaza San Martín, la principal y frente a la Iglesia, hacen un ruido insoportable. Un auto pasa con cumbia sonando alto, irrumpe y el panorama queda calmo. Victoria está a 60 kilómetros de Rosario, una de las ciudades más importantes de Argentina. Un puente de hormigón atraviesa, desde 2003, el río Paraná y une las dos ciudades. Hace once años que cambió la vida de la localidad entrerriana. Los rosarinos cuentan con un patio trasero paradisíaco, a orillas de un Paraná más calmo y limpio. Victoria es sinónimo de vacaciones, carnaval y casino. La gran mayoría de los adeptos al juego prefieren cruzar el Paraná al City Center Rosario, el casino más grande de Latinoamérica. Dicen que en Victoria es más fácil ganar plata y más difícil que te reconozcan. Cruzando el charco las voces se alejan de la imperativa tonada rioplatense y suenan a chamamé y mate hervido. En Victoria, Génesis es una gurisa y el padre Raúl Benedetti, un cura gaucho.
Es una cuestión de cariño”, dice el religioso cuando se le pregunta por el bautismo. En su voz no se percibe extrañeza. Como si no fuera al menos resonante que la Iglesia católica reciba a una nena que fue gestada por su papá, que nació mujer y que eligió ser varón. Habla con naturalidad. Como si la mamá no fuera esa persona a la que él se refiere con su nombre masculino y que puso la semillita para que Génesis crezca en la panza de su novio. “El bautismo no se niega ni se le ponen condiciones. No se piensa en quién cría a la criatura”, explica Benedetti. Desde febrero es párroco de la catedral de Gualeguaychu, a pocos kilómetros de ahí. Estuvo once años al frente de la Iglesia de Victoria y esta tarde volvió especialmente para bautizar a Génesis. El cura se mueve por la Catedral como por su casa. Prueba el micrófono con el cual oficiará la misa. No anda. Lo golpea hasta que descubre que le faltan pilas y las cambia. Un periodista local, contratado por el diario Perfil de Buenos Aires, lo espera para sacarle fotos. Una señora bajita y de lentes gigantes lo persigue por el salón. “Padrecito, padrecito, ¿le preparo el hábito?”.
Santa madre de Dios ruega por nosotros pecadores”, recita una decena de personas mientras el cura posa para la cámara nacional. Se para en el altar, se sienta en un banco, hace que lee la Biblia, hace que reza. Una voz anónima aprovecha la ocasión para revelar parte de la historia del lugar y de la familia que los hizo famosos. “Suba a la torre de la Iglesia. Vaya en esta dirección y en el tercer descanso mire para este lado. Ahí va a ver, la firma de él cuando era varón”. El nombre masculino con que sus padres bautizaron a Karen está escrito con letra femenina, en lápiz oscuro y grueso: O. P. Bruselario, 9-9-99.

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En diciembre Karen y Alexis viajaron a Chile. La panza estaba por cumplir nueve meses pero el contrato con la televisión chilena significaba una cantidad de plata que no podían perder. Fueron en auto. Tardaron 18 horas y Alexis atravesó la Cordillera de los Andes dos veces, las dos con contracciones. “Tenía miedo que nazca en Chile. Digo, por la cesárea. ¡Mira si me salía por otro lado!”. La vuelta fue peor. En la Aduana no lo reconocían en el DNI. “Les decía que estaba distinto porque estaba embarazado. Les pedía que me busquen en google, algo, porque estaba con contracciones. Ellos se querían reír. Me reconocieron por este lunar”, cuenta y señala una mancha marrón bajo su ojo. Todavía está enojado.
El cinco por ciento de los transexuales argentinos tiene trabajo formal. El acceso al trabajo para las minorías sexuales es el desafío de las políticas de género en el país. Lo poco que hay es más que nada a las mujeres y busca brindar una alternativa a la prostitución, la salida mejor remunerada. El Estado, las organizaciones sociales, los partidos políticos, invitan a mujeres trans a hacer talleres de peluquería, maquillaje, corte y confección. Prácticamente no hay proyectos que fomenten otro estudio. Como si una trans no pudiese ser periodista o ingeniera.
Karen y Alexis encontraron en su historia una salida laboral. Pasaron los nueve meses entre contratos y viajes a medios de todo el mundo. La panza recorrió los pisos de la famosa conductora Susana Giménez, Florencia de la V – la travesti más televisiva de Argentina - y decenas de canales nacionales; además de un directo para España, el viaje a Chile y los meses de trabajo con el canal NationalGeographic, que todavía pasa el capítulo sobre ellos por los países de habla hispana.
Cuando quedamos embarazados nuestra relación era íntima. Se sabía que Karen estaba con un hombre, pero no que era trans”, explica Alexis. Los dos aclaran que nunca quisieron semejante exposición pública, pero que la información llegó a los medios y no pudieron controlarlo. Cuando recibieron el llamado de la producción de Susana Giménez dicen que vieron una chance de conseguir trabajo más que de sentarse en uno de los sillones con más rating nacional. Lo dijeron en cámara, pero nadie los llamó más que para sacarse fotos. Karen todavía se prostituía y Alexis no conseguía ningún tipo de empleo. Vendieron pastas y rosquitas hasta que descubrieron que el afán de las productoras de tenerlos en su pantalla podía salir más bien caro. Cuando nació Génesis, sin embargo, se guardaron en una nube de pañales y amor. El bautismo fue la primera aparición pública de la nena y las entrevistas ya no tienen precio. Hasta hace dos meses vivieron de lo recaudado en el embarazo.

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La casa de Karen y Alexis está ubicada a unas veinte cuadras del centro de Victoria. Es una casa chica, de paredes color verde manzana. Apenas se entra, se ve un cuadro grande y oscuro con la imagen de Jesús. El resto de las paredes están adornadas con chucherías, entre ellas un recuerdo de Chile y fotos de Génesis. También hay una imagen de Alexis con una panza gigante. Tenía siete meses de embarazo.
La familia Taborda Bruselario podría pasar por familia tradicional. Eligieron vivir en Victoria por la tranquilidad y la seguridad. Karen cuenta cómo se hace cargo de la beba, le conoce las mañanas y sabe cuidarla. Alexis aprueba y dice que no podría quedarse solo con ella más de dos horas. Alexis trabaja arreglando celulares. Karen se queda en casa, le explica cómo calentar la leche de la mamadera y se nota que se lo recuerda todos los días. Alexis dice que ya está pensando en ir al psicólogo por los celos que siente de sólo imaginar a Génesis con su primer noviecito. O noviecita. ¿Quién dice?
¿Tengo que decir algo? Hay que soñar. Yo soñé y tengo una hija maravillosa y un esposo que me ama. Nuestra familia está bien, nuestros amigos están bien. Nos falta la casa, el trabajo y una obra social. Nos queda darle vivienda y salud a Génesis. También sueño con casarme de blanco. Y lo voy a lograr”. Karen cambia el tono de soñadora al tono amenazante. Con escucharla jurar que va a decir “Sí, Quiero” ante Dios, el mundo debería temblar y permitírselo.
Karen y Alexis se conocieron en mayo de 2012. Viajaban desde Rosario hacia Buenos Aires para marchar por el primer aniversario de la Ley de Identidad de Género. Pocas veces volvieron a cruzarse, hasta que en diciembre, en la marcha del Orgullo Gay en Rosario, nació el amor. “Lo más lindo de ese día es el recuerdo. La veo a ella venir con el vestido lleno de colores de la diversidad. Yo la estaba esperando y apareció entre la gente. Fue único. Lo cuento y lo revivo” relata, entre sueños, Alexis.
La religión atraviesa con fuerza la vida de la pareja. Karen está bautizada, tomó la comunión y se confirmó. Todas las noches reza a la Virgen y pide trabajo. Cuando se prostituía pedía llegar viva a casa. Nunca se sintió expulsada. No le importa que no la quieran casar o no acepten su sexualidad porque en su interior puede seguir ejerciendo la fe. Lo único que le hubiera molestado del catolicismo es que no integre a Génesis por la condición de género de sus padres.
Karen se fue de su casa a los 14 años, después de revelar que le gustaban los nenes. Vivió en la calle, en casa de sus amigos, algún lugar que pudo alquilar. Empezó a prostituirse a los 16 años porque ya no tenía ni ropa ni comida. Sus padres la llamaron por su antiguo nombre hasta que nació Génesis. “Les hizo click cuando les dije que paren porque alguna vez mi hija los va a escuchar”.
Alexis reveló su sexualidad a los 18. Un grupo de chicas le clavó nueve puñaladas porque pensaron que estaba saliendo con el novio de una de ellas. Tuvo que admitir la verdad: cómo iba a salir con el pibe si a él le gustan las mujeres. Siempre le costó contar lo que le pasaba. “Primero tenía que aceptar que me gustaban las mujeres. Después estaba Dios”. En la casa de Alexis el cristianismo pisó fuerte y él se acostaba todas las noches orando para amanecer con un pene. Cuando Alexis se dejó fluir sacrificó la vida religiosa. “No se puede estar bien con dios y el diablo”, dice. “Pero no abandoné mi creencia. Todas las noches hablo con Dios”. El bautismo de su hija fue un acto de amor y militancia: porque Karen lo deseaba y porque la mayor enemiga de las minorías sexuales estaba dejando entrar a la hija de la diversidad.

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12 de septiembre de 2014. 20.39 hrs.

Génesis ríe. La beba tiene el pelo castaño oscuro, la piel blanca y ojos grandes. Resalta especialmente su simpatía. Luce un vestido blanco con flores color bordó. El cura le hace una señal de la cruz con agua bendita, la primera, y ella lanza una carcajada. Cristo resucitado mira desde el altar sin inmutarse. No cambia sus labios serios ni su mirada gentil. ni se inmuta ante las piernas de la madre o el impactante escote de la madrina.
Son las 20.39 y Génesis está libre de pecado original. Sus padres y padrinos – dos tías y dos transexuales – renuncian a pecados y demonios, que tantas veces fueron acusados de ser. En algún lugar de Victoria, alguien asa pollos y prepara la ensalada para festejar la llegada de Génesis a una nueva vida.
El 16 de mayo de 1810 fue el primer bautismo en esa catedral. Marcelino Vera, ahijado del fundador del pueblo, estrenó la crisuela. Pasaron 204 años: más de 74 mil días, de 200 mil personas y miles travestis violados, asesinados, expulsados de sus familias y sus creencias. Génesis es una nena y un símbolo: de amor, de lucha y de injusticias. “Es un signo de la cercanía de Dios. Ellos han recibido muchas críticas y apoyo. Pero no consiguen trabajo. Todo lo que se ha dicho es un sentimiento solapado de algo que no se expresa. Si no alguien ya hubiera ofrecido con alegría un trabajo digno”, espeta el cura Benedetti. El bautismo de Génesis renueva el morbo de una sociedad que, a pesar de darles su legítima identidad a miles de personas, peca de no poder incorporarlos al sistema laboral y de salud.


martes, 24 de marzo de 2015

Naw - Ruz

Un pedacito de nuestro Naw - Ruz. 
Escrito con extensión de diario, mentalidad de diario y un súper mambo mental. 
Publicado en El Ciudadano, el 21 de marzo de 2015. 
Fue una experiencia maravillosa. 

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Francia al 3700: en un rincón de Rosario, y del mundo, unas treinta personas se encuentran para celebrar Naw-Rúz, el año nuevo iraní. Las reuniones se repiten simultáneamente en unos 230 países. Son casi las 22.30 del 20 de marzo y la comunidad local Baha’i empieza a orar. “Alabado seas Tú, oh mi Dios, por haber ordenado Naw-Rúz como festividad”. Algunos tienen los ojos cerrados, otros los dejan abiertos: miran a la mujer que está leyendo, a su alrededor o al vacío. Terminan de orar y llega el silencio.
Luego cantan. Primero los más chicos, luego se suma el resto: “Dios es suficiente para mí, él es en verdad quien todo lo satisface”. Cual ciclo, vuelve el silencio y luego a cantar: “Dejad que vuestro corazón se encienda con amorosa bondad hacia todos los que se crucen en vuestro camino”. La tercera pausa se rompe al grito de “¡A comer sandwichitos!”, seguido por un suspiro general y de alivio. La mayoría de los presentes lleva 19 días de ayuno diurno.
La fiesta de Naw-Rúz es, para los ajenos –como quien suscribe– la puerta de entrada a la comunidad Baha’i. Escribir sobre esta religión es casi imposible. Para los de afuera, al menos. Para una página de diario también e incluso debe serlo para sus creyentes, muchos de los cuales afirman continuar investigándola. Es una religión moderna. Su profeta Bahá’u-lláh nació y murió en el siglo XIX, y dejó expresada una forma de organización para que el Baha’i continúe discutiéndose, modernizándose y adaptándose a las realidades según pasan los años.
El motor de Naw-Rúz, sin embargo, es fácil de dilucidar: es el encuentro. La celebración no tiene música típica, ni comida, ni colores, ni vestimenta. Apenas se vislumbra el Haftsin: una mesa con siete materiales que, en persa, empiezan con S. “Son elementos para la prosperidad humana”, explica Shala, una de los 120 miembros de la comunidad local. Y señala: pasto brotado, vinagre, manzana, monedas, germen de trigo, ajo y pescaditos de colores. Dicen que en el momento exacto del equinoccio, cuando comienza Naw-Rúz, los peces se ponen de forma de vertical, “para orar a Dios”. Shala confirma la leyenda: el año pasado la familia se juntó para verlo. Sobre la mesa también hay huevos pintados por los chicos. Son regalos a familiares y amigos. La tradición permite que hasta el que menos tiene pueda dar algo a sus seres queridos.
“El Naw-Rúz se establece para esta fecha porque coincide con el equinoccio de primavera en las tierras donde nació Bahá’u’llah”, explica Ramin, quien fue designado como orador principal de la fiesta. “Estamos en una noche de renovación, de primavera física y espiritual. Es una celebración comunitaria para tejer y fortalecer amistad”.
Ramin empezó la celebración leyendo un fragmento del Génesis y luego reflexionando sobre el tiempo, sobre cómo cada pueblo lo mide de distintas maneras. Cuenta que el calendario Baha’i es una combinación de calendario secuencial –como el cristiano– y cíclico –como el maya–. El calendario de esta comunidad tiene 19 meses de 19 días cada uno. Este número significa para ellos “algo nuevo”. Los meses del Baha’i se llaman según distintos atributos divinos. Ramin eligió algunos para enumerar: esplendor, gloria, belleza, luz, voluntad. “De esta manera tenemos conciencia de que somos espirituales y que la experiencia material es sólo un tramo”.
El último mes significa Sublimidad. Es del 2 al 20 de marzo y es un mes de ayuno diurno. Los Baha’i se levantan para comer antes del amanecer y aguantan hasta que cae el sol sin ni siquiera tomar agua o un mate. En Naw-Rúz comen con alegría sandwiches de miga, empanadas, sandwiches de pollo. Toman coca-cola. Y luego preparan una muy tentadora mesa dulce que dura poco tiempo servida.
En Francia al 3700, un rincón más de los cientos de rincones que están celebrando, se respira un aire distinto, que ni siquiera es religioso. Es el espíritu que mueve a estos creyentes: una mezcla de bondad, amabilidad y alegría que no están forzadas, que son llamativamente sinceras y naturales. En Naw-Rúz, al sur de la ciudad, hay chicos corriendo, explotando globos, andando en bici en la calle. Hay jóvenes. Hay tatuajes, plataformas, lentes de pasta, zapatillas deportivas. Está Gema, una niña fanática de las letras que enumera todo lo que leyó y que es prima del compositor de la cumbia de Yeimar Pastor. Está Tahereh, que tiene 84 años y llegó a Argentina hace 47, desde Irán.
La mujer es un libro abierto, relata la historia de la antigua Persia en su español trabado – “sin verbos”, dice ella – y cuenta más de una vez que llegó al país con sus seis hijos. Y que ahora tiene 14 nietos y dos bisnietos y una nuera de Indonesia. Tahereh es fanática de la Coca-Cola y deja apoyar los vasos en la mesa de Haftsin. “No es sagrada”, dice riéndose. Cuenta con sonrisa cómplice que no ayunó nunca: embarazos, lactancia y problemas de salud. Se le pregunta si en Naw-Rúz extraña Irán. Pide que le repregunten y no se sabrá a ciencia cierta si entiende, pero responde con énfasis: “¡No! ¡La tierra es un solo país!”.




lunes, 25 de noviembre de 2013

Cruz Villeros, la madraza del Portal de los Dulces


Entrevista romanceada, para el taller Cómo se escribe para un periódico, FNPI, 
Cartagena de Indias, Agosto de 2013


Cruz Villeros, la madraza del Portal de los Dulces
Doña Cruz tiene 92 años y es la puestera más vieja del Portal de los Dulces. Este año fue reconocida por la Alcaldía, aunque a diario se lleva el mejor de los premios: la visita de más de diez hombres que pasan por dulces, tintos y charla
Doña Cruz apenas puede moverse. Si no fuera por su risa, porque habla, porque su mirada dice que está escuchando y observando todo, sería muy fácil dudar de su lucidez, de que está sentada en el Portal de los Dulces haciendo algo más que esperar a la muerte. Todos los días se levanta con un objetivo: llegar al Portal, servir el tinto, ver a “los chicos”. Cruz Villeros es “la madre” del Portal de los Dulces de Cartagena, una señora de 92 años que desde los cinco está en el lugar. Comparte su puesto con Tomasa, su cuñada de 70, y recibe, todos los días, a un grupo de 16 hombres que la visitan y acompañan, y que ella misma denominó “El club de los súper maricas”. En abril de este año, las dos señoras fueron reconocidas por la Alcaldía de Cartagena por el “aporte al patrimonio de la ciudad”.
El siglo XX no había llegado a su tercera década cuando Cruz llegó al Portal. Acompañaba todos los días a su hermana Andrea, de quien aprendió, mirando, el arte de cocinar dulces. Los años de escuela – no sabe ni leer ni escribir – se le fueron en la Torre del Reloj y la Plaza de los Coches. “Me la pasaba en el tren y corriendo por todas partes. Cuando volvía me daban con un palo de escoba, porque me iba sin permiso”. Por más de 70 años, la repostera vendió muñequitos de leche, panderitos, cubanitos, merengues, cocadas. En el ocaso de su oficio, su puesto tiene apenas cuatro frascos. “Por las manos, ya no puedo cocinar”. Tampoco puede comer dulces ni tomar alcohol. “Los extraño, claro que sí. Extraño los cubanitos que tienen coco con leche y el whisky”.
“El Portal era mejor que ahora. Los dulces eran más artesanales y sabrosos, ahora hay mucha gente que no sabe cocinar, que no se preocupa por hacer una cosa buena. De la buena época quedamos nosotras”. Ni Tomasa ni Cruz quieren hablar del antes, de la belle époque de los dulces cartageneros. “¿Para qué quieres que me acuerde? Yo no recuerdo nada ya. No quiero recordar”, se queja Cruz. Evitan nombrar a Rafael, el marido de Cruz que falleció hace tres años, quien abría el puesto por la mañana. No se esfuerzan por pensar a qué famosos le dieron sus dulces, ni siquiera en contar la historia de cuando Bill Clinton fue su cliente.
Cruz y Tomasa viven juntas en Villa Corelca, en el suroriente de la ciudad. Como buena cartagenera, Cruz da su dirección exacta: “vivo en la puta mierda”. Todos los días se levantan a las cinco y preparan el café. Un muchacho del barrio llamado Marcos las pasa a buscar en carro, porque doña Cruz ya no puede caminar hasta el bus con los termos llenos de café. A las 7 llegan al portal y a las 17.30 Marcos las busca de nuevo.
El Club de los Maricas
Cruz Villero escarba entre unas bolsas hasta encontrar una porción de carisecas. Con tranquilidad, acerca un cuchillo tembloroso y empieza a cortar el postre en tres pedazos que reparte a Ricardo, Lorenzo y José, sus “hijos postizos”. Hace lo mismo con el café. Luego mira a Tomasa, y le dice: “¿Has visto? Son unos maricas”.
“Nosotros somos los súper maricas con mucho orgullo. Compartimos una abuela”. Ricardo, Lorenzo y José tienen 52,42 y 55 años respectivamente. Como si fueran unos niños, todos los días pasan obligados a saludar a Cruz, que los espera con el café escondido de los demás transeúntes. Dicen que es de los mejores tintos, lo mejor que se consigue y ella elige con quién compartirlo. “Ella me explica la vida y yo le explico la vida a ella. A veces nos orienta y a veces nos insulta: a todos nosotros nos dice que somos unos maricas”, contó José, ingeniero y profesor universitario.
Cruz no sabe cuántos hijos y nietos adoptivos tiene. Reemplaza la cifra por un “Uuuh”. Los miembros del club dicen que han llegado a reunirse hasta 16 personas alrededor del puesto. Son todos hombres, adultos, profesionales, que, haciendo poco honor a la membrecía que los une, giran la cabeza para mirar a cada chica que pasa, aunque su mujer preferida siga siendo Cruz. Para Tomasa, hay una razón: ella, el Portal de los Dulces y toda la ciudad son patrimonio de la humanidad. Y aunque a lo mejor el mundo no se atreva a reconocerla, en abril de este año la Alcaldía de Cartagena dio el paso. Durante el Foro “Cartagena, una mirada a las mujeres”, distinguió a las dos señoras por su “aporte al desarrollo de la ciudad”.
Ricardo, que es joyero, padre y abuelo, dice que pasa todos los días a verla. “Vengo por la amistad y el tinto. Cruz es un ejemplo de la mujer que ya no existe en el mundo. Tenacidad y bondad en presencia viva. ¿Sabes cuál es el don que Dios le dio? Su berraquera”. Habla como si estuviera parado en un podio. Sus compañeros sonríen y dicen que ya lo dijo todo. Cruz se tapa la cara, apenas tiembla pero se escucha su risa aguda. Está más convencida que nunca y se los dice: no habrá más carisecas para ellos. Por maricas.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Mi amiga Cecilia Mil editó una Antología a Pedal . 
Hay cosas de Liliana Felipe, Eduardo Galeano y hasta una foto de Alejandra Pizarnik en bici. 
Entre todo eso, un poemita mío - el que se lee acá abajo


- podes conseguir la Antología en alguna feria, o alguna jornada de lectura, o por ahí. Creo que Ceci siempre lleva un par encima. También me podes pedir a mí que yo le pido a ella. Se venden, bien baratos y hasta gratis -



No morimos envueltos en banderas,
Acá la revolución la hacemos en bicicleta,
pintando poesías en las paredes,
tomando mate bajo la luna casi llena.

No sé cómo se llama la luna cuando está casi llena,
Cuando parece que tiene un dedo encima, que es un dibujo desprolijo,
O que la borraste por la mitad.
Pero te invito a que vayamos para allá, a tomar mates mientras todos duermen,
Y a jugar, y creernos, que la luna tiene un dedo encima.

Ya habrá momentos para que a la luna casi llena le digamos
(Ahora sé),
creciente o menguante;
será cuando paseemos por Santa Isabel y también nos inviten al banquete de verduras, papines, y pinos – porque nada se tira, todo se recupera - ;
Y después chapoteemos en un mar bajo las barrancas
cantando nocturnas o valses para la duna.
Será cuando no sea necesario tener miedo,
O pintar poesía en las paredes;
Cuando el corazón baile todo el día al compás de la destrucción,
De la pasión por la creación.

Pero acá todavía no. Acá salimos en bicicleta,
Contra el terror,
Y damos una vuelta y miramos la ciudad,
Y llenamos sus rincones de pequeñas historias,
Y juntamos papel, para que vuelva a ser papel, y lo cocemos, para que vuelva a servir;
Como cocemos la revolución,
Y las horas, y los minutos, y somos más,
Y uno…

…Que bajo la luna casi llena intenta(mos) entender por qué todavía no,
Por qué no renacen las rebeldías de la tierra,
Y morimos envueltos en banderas.

Nos zambullimos en un mar de palabras y queremos saber por qué,
o cómo: cómo hacer para que surjan de nuevo fundando realidades,
y no de a pasitos, sino a saltos agigantados,
así mañana nomás nos encontremos en las barricadas,
y recuerde con un poco de nostalgia
cuando me zambullía en las palabras y aprendía de las muertes y la vida,
y me llenaba sólo con mirar las estrellas,
pensando que la luna tenía un dedo encima,
porque así estaba un poco más lejos, o más cerca,
según dónde me encontraran los pies y el alma,
según dónde quiera sentirme.